domingo, 20 de diciembre de 2009

Gracias Andres Montes

Andrew, gracias por enseñarme a vender el tranví­a - por César Nanclares
21Oct2009
"Llegaste tan impuntualmente a mi vida que no tengo más remedio que ajustar mis relojes a tu posibilidad". Gracias por acordarte de mí...
(“Nanclares, tío, ¡qué vas a hacer! Hay que vender el pollino”). La moto, el trolebús, el tranvía… tú eras capaz de venderle la EMT entera al concejal de transportes. Y los demás, de palmeros. Palmeros flamencos, de los buenos, pero palmeros. De todo el que tenías a tu alrededor hacías un personaje. Tu vida era una película de James Bond en la que nadie dudaba quién protagonizaba al Agente 007 (“Yo tengo toda la colección… Esta tía es el “Doctor No”, joder”). La primera vez que te vi me llevé un chasco de pelotas. Relaño te había convencido para que hicieras la NBA en CANAL+, y Daimiel y yo soñábamos con participar en el sarao. Nos metió a los tres en su despacho de la tienda 0 de Torre Picasso. Y ¡zas!, un viaje de los suyos, así, de primeras: “Andrés, estos dos chicos todavía no están preparados para comentar partidos”. Yo me quedé planchado y reconozco que los primeros meses la tomé contigo. Llevabas tiempo sin seguir a fondo la NBA ("Una merienda de negros que pagan los blancos") y confundías a los jugadores… pero poco a poco te pusiste las pilas, como siempre (“Yo soy un profesional de esto…”). Empezaste con Segurola ("Universidad Pública del País Vasco"). Daimiel ("Crónica en rosa") tomó el relevo y ya no hubo vuelta atrás: la mejor salsa de la historia de la televisión deportiva en España se fue haciendo a fuego lento. Siempre venías hecho un pincel a la tele (“¿Yo? Vestido un gentelman, desnudo un chimpancé”). Internet estaba aún en pañales y el teletexto de CNN era la única salida. Hasta que la tele volvió otra vez varias plantas más arriba de Torre Picasso (“Esto es la hostia… es como trabajar en el Rockefeler Center de Nueva York”). Daimiel y tú conseguisteis que una pequeña tropa de seguidores nos quedáramos a ver los partidos de madrugada... ¡en la redacción!. El ritual era casi siempre el mismo. Íbamos a cenar por la zona de Azca (“Coca-Cola Light, agua sin gas… y hielo aparte”) Un día se me ocurrió imprimir los resultados del resto de la jornada NBA, bajároslos al plató y casi sin tiempo para salir de puntillas lo soltaste: “¡Vaya crack! Nanclares Press con otros resultados, Daimiel”. Tiempo después me contaste que algún seguidor había escrito un mail preguntando si era Nanclares Press o Nanclares Express y yo me descojonaba… ¿a qué si Peinado? (“Un periodista elit(e), joder”). Luego llegaron las cenas en De María, nuestras discusiones a cual más cabezón (“Nanclares, ¡tú te pinchas!“) y mi debut contigo como comentarista. (“¿De dónde vendrá la frase “comerse un marrón”?). Eso y mucho más era capaz de preguntarte en plena transmisión. Recuerdo algún partido que hacíamos a mediodía, en diferido, y tú, con la modorra, te quedabas sopa… dabas una cabezadas del 15 y luego con Ántoni nos partíamos de risa porque nosotros teníamos que seguir hablando hasta que despertabas de pronto… El "virus Montes" ya había inoculado. Nos pasábamos el día hablando como tú, imitando tus expresiones, modulando la voz como tú. Las que decías bien y las que decías mal (“Un zamacuco”, en lugar de jamacuco o “el Freyenoord”, en vez del Feyenoord). En el verano del 99 ya sabíamos que a la vuelta del verano, CANAL+ daría la Liga ACB. Yo dejaba de hacer fútbol para hacer sólo baloncesto. Decidí entonces irme a ver las Finales de la NBA en directo (Spurs-Knicks) y de paso hacer limpieza mental para afrontar con renovadas ilusiones la nueva etapa profesional. Volé de Madrid a Atlanta… ¡vía Múnich! En Atlanta alquilé un Chrysler Stratus para ir a… ¡San Antonio!: 1.400 kilómetros en línea recta, pero en mi curva línea de pensamiento me llevó primero a Athens, Georgia, para saber donde había nacido mi grupo favorito: R.E.M. (“¡Vaya crack estás hecho!”) Os recogí, a ti, a Daimiel y al productor en el aeropuerto de San Antonio (¡Es la hostia esta ciudad: desde el centro se ve la M-30!”) y nos fuimos a cenar al restaurante mexicano “Mi Tierra”. Era de madrugada y no había ni el tato (“Esto parece una película de Robert Rodríguez… ¡en cualquier momento entra un tío y nos pega cuatro tiros, Daimiel!”). Guardo aquella noche con especial cariño… Luego fuimos al outlet más grande del mundo por entonces, en San Marcos, a medio camino entre SA y Dallas. A la vuelta recuerdo una imagen como si fuera hoy: volcabas en la cama decenas de pares de zapatillas que habías comprado para tus hijos, Orson (por Wells) y Nelson (por Mandela) (“Hijo, ¿tú sabes que tu padre te quiere mucho?”). Así te despedías siempre de los dos, como si fueran adultos de toda la vida (“Cuando tienes hijos, te vuelves gilipolllas”). Aquel viaje acabó con el tiro de Avery Johnson desde la esquina, el primer título de los Spurs y para colmo en el Madison Square Garden, la cancha de (“Samurai”) Camby y de (“Clemenza”) Starks. La etapa de “Generación+” (Epi, ¡mójate!) fue un claroscuro. Andrés y yo empezamos a partir un piñón y acabamos bastante distanciados… Cerca y lejos, nuestro sino. Sin embargo, el respeto profesional, siempre intacto. Entretanto, una noche de primavera yo bailaba en una boda cuando me llamaste al móvil (“Tío, perdona que te llame a esta hora…”) para decirme que habías convencido a Carlos Martínez para que yo “hiciera” el plató de las Finales de la NBA. Te la jugaste por mí y nunca lo olvidaré. A finales de 2002 pedí la cuenta en el Plus y tú, de vez en cuando, te acordabas de mí en los partidos. Me lo decía la gente y me hacía ilusión, ¡qué coño!. En aquella época nos veíamos de pascuas a ramos. Tú eras así. Podías estar meses sin hablar con alguien pero guardabas intacto el afecto… Cerca y lejos… Nuestro reencuentro profesional fue en laSexta. A mí me habían “tocado” antes del Mundial de fútbol de 2006 (“Nanclares, todavía guardo tu sms cuando debute en Alemania, me hizo mucha ilusión…”), pero no fue hasta el Mundobasket de Japón cuando Willy, tú y yo quisimos cambiar el mundo. Me llamabas desde Japón para decirme que De la Cruz no cabía en la ducha del hotel; que Hugo Ricra era un fenómeno y sobre todo para insistirme en el cierre musical de cada partido (“¿Hoy acabamos con el “You get what you give” de New Radicals? Es la tercera canción del CD 10…). Me habías grabado una decena de compactos para que cada partido tuviera un cierre distinto… Un pequeño paréntesis nos separó de nuevo hasta noviembre que me incorporé a las transmisiones de fútbol. En laSexta ya eras un ogro por tus continuas quejas, razonadas todas, razonables casi todas (“Nanclares, faltan profesionales”). Poco a poco, con la ayuda de Willy (“¡Tú comes mucho pan!”), Rodri (“¿Qué haría yo sin Rodrigo González?”), Felipe (“Sonrisas y lágrimas, Melchor”), Zapatero (“Habláis de Zapatero y yo no sé quién es, joder”), Labrador (“Obrador”) y Rosendo (“Salinas, Capitán, ¿quién está detrás de todo esto?”), fuimos levantando un castillo de naipes cada sábado (“Se ha creado una atmósfera…”). Todo estaba cogido con alfileres pero durante dos años vendimos la burra. En invierno fútbol y en verano, baloncesto (“A mi me da igual, como si tengo que narrar una carrera de chapas…”). Los viajes eran una aventura de Indiana Jones. En avión siempre tarde (“Probablemente la peor compañía del mundo”); en AVE, a voces en el vagón de preferente (“¿Qué paso en el vagón 2, asiento 13B? Esa tía tiene algo… tiene clase… ¡Una bomba de relojería!”). Sólo las comidas merecen un tomo aparte (“Rodrigo, he visto en la Guía Gourmetour un restaurante de cojones”). Llamabas para reservar nada más aterrizar en la ciudad y sin haber comido siquiera, ya estabas insistiendo a Felipe para que reservara la cena en el hotel (“Felipe, pide más Coca-Colas Light, joder. 27 por los menos. Willy se toma 10; Nanclares, otras 5…”). También en eso eras un exagerado… Siempre acababas siendo el centro de atención. Ya podía estar sentado en la mesa Obama, que tu voz de cheli zumbón resaltaba en kilómetros a la redonda. Ni Valdano pudo callarte (“Pietro Menea, joder, no ha parado la furgoneta y el tío ya está en la habitación del hotel, joder”) y a Valdano le sacaste anécdotas que se pagarían a precio de oro en el papel cuché. La Guerra del Fútbol fue el principio del fin (“Hoy estoy aquí, pero mañana puedo estar trabajando en Sogecable…”). Ibas a tu bola, Andrew, y ¡ole tus huevos! Eras un periodista de la vieja escuela (“Yo vivo de la morcilla, de la sinhueso”); libre, independiente, alérgico a las líneas editoriales que a este paso aniquilan la esencia del periodismo. Sabías que te podía costar el puesto, pero seguías a tu bola, te podía ese idolatrado Dennis Rodman (“Cruela Devil“) que llevarás siempre contigo. El último viaje juntos los hicimos a Polonia. De principio hasta casi el fin… Tres días antes de volar a Varsovia supiste que no seguías en la tele. (“Yo fiché pensando que esto iba a ser "Médico de Familia" y ha acabado siendo "Pesadilla en Elm Street”). Un palo para todos. Para Itu, para Epi y sobre todo para mí. Los telespectadores no se dieron cuenta hasta el último suspiro gracias a tu profesionalidad. Yo hacía tiempo que rumiaba dejar laSexta. Y me di de margen 15 días, las dos semanas del Eurobasket. El torneo fue extraño. España, de menos a más y nosotros, de más a menos. Cada día que pasábamos juntos era un día menos que tu disfrute profesional y personal. ¡Aunque siguieras dando por saco como siempre! El hecho de que la Selección jugara días alternos y la melancólica ciudad de Varsovia, nos empujó a los cuatro a contarnos muchas cosas. Y siempre acabábamos en el mismo tema: tu marcha, tu estúpida marcha. La noche del oro de Polonia fue una mezcla absoluta de sensaciones: alegría por el triunfo y tristeza por tu adiós. (“El final de la escapada…“). Yo volví en el chárter del equipo y tú regresaste al día siguiente en vuelo regular. Recuerdo tu despedida, tu eterna despedida, invariable: “Bueno, tío, ya nos vemos… ya hablamos…”. Andrew, esa fue la última vez que te vi y como siempre te noté tan lejos, tan cerca… El martes pasado hablamos por teléfono (“el portátil”) y estabas expectante por tus negociaciones profesionales. No habías hablado de dinero y los que te conocemos sabemos que eso significa que no había nada decidido. Llevábamos semanas en el paro. El día que me fui de laSexta te dije una frase que ahora me acongoja, visto lo ocurrido. “Andrew, tío, me voy porque con tu marcha ha muerto un estilo”. Tú te quedaste acojonado y por primera vez en la vida te abriste de par en par conmigo: “César, tío, aquí tienes un amigo”. Gracias, crack ¡Siempre cerca! ¡Nunca lejos! Nanclares Press

1 comentario:

  1. Es un artículo estupendo y cierto.Bien escrito, bien detallado. Son así las cosas.
    Me ha gustado mucho todo lo que publicas, ¡adelante! Ha sido un placer encontrarte.

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