domingo, 20 de diciembre de 2009

Gracias Andres Montes

Andrew, gracias por enseñarme a vender el tranví­a - por César Nanclares
21Oct2009
"Llegaste tan impuntualmente a mi vida que no tengo más remedio que ajustar mis relojes a tu posibilidad". Gracias por acordarte de mí...
(“Nanclares, tío, ¡qué vas a hacer! Hay que vender el pollino”). La moto, el trolebús, el tranvía… tú eras capaz de venderle la EMT entera al concejal de transportes. Y los demás, de palmeros. Palmeros flamencos, de los buenos, pero palmeros. De todo el que tenías a tu alrededor hacías un personaje. Tu vida era una película de James Bond en la que nadie dudaba quién protagonizaba al Agente 007 (“Yo tengo toda la colección… Esta tía es el “Doctor No”, joder”). La primera vez que te vi me llevé un chasco de pelotas. Relaño te había convencido para que hicieras la NBA en CANAL+, y Daimiel y yo soñábamos con participar en el sarao. Nos metió a los tres en su despacho de la tienda 0 de Torre Picasso. Y ¡zas!, un viaje de los suyos, así, de primeras: “Andrés, estos dos chicos todavía no están preparados para comentar partidos”. Yo me quedé planchado y reconozco que los primeros meses la tomé contigo. Llevabas tiempo sin seguir a fondo la NBA ("Una merienda de negros que pagan los blancos") y confundías a los jugadores… pero poco a poco te pusiste las pilas, como siempre (“Yo soy un profesional de esto…”). Empezaste con Segurola ("Universidad Pública del País Vasco"). Daimiel ("Crónica en rosa") tomó el relevo y ya no hubo vuelta atrás: la mejor salsa de la historia de la televisión deportiva en España se fue haciendo a fuego lento. Siempre venías hecho un pincel a la tele (“¿Yo? Vestido un gentelman, desnudo un chimpancé”). Internet estaba aún en pañales y el teletexto de CNN era la única salida. Hasta que la tele volvió otra vez varias plantas más arriba de Torre Picasso (“Esto es la hostia… es como trabajar en el Rockefeler Center de Nueva York”). Daimiel y tú conseguisteis que una pequeña tropa de seguidores nos quedáramos a ver los partidos de madrugada... ¡en la redacción!. El ritual era casi siempre el mismo. Íbamos a cenar por la zona de Azca (“Coca-Cola Light, agua sin gas… y hielo aparte”) Un día se me ocurrió imprimir los resultados del resto de la jornada NBA, bajároslos al plató y casi sin tiempo para salir de puntillas lo soltaste: “¡Vaya crack! Nanclares Press con otros resultados, Daimiel”. Tiempo después me contaste que algún seguidor había escrito un mail preguntando si era Nanclares Press o Nanclares Express y yo me descojonaba… ¿a qué si Peinado? (“Un periodista elit(e), joder”). Luego llegaron las cenas en De María, nuestras discusiones a cual más cabezón (“Nanclares, ¡tú te pinchas!“) y mi debut contigo como comentarista. (“¿De dónde vendrá la frase “comerse un marrón”?). Eso y mucho más era capaz de preguntarte en plena transmisión. Recuerdo algún partido que hacíamos a mediodía, en diferido, y tú, con la modorra, te quedabas sopa… dabas una cabezadas del 15 y luego con Ántoni nos partíamos de risa porque nosotros teníamos que seguir hablando hasta que despertabas de pronto… El "virus Montes" ya había inoculado. Nos pasábamos el día hablando como tú, imitando tus expresiones, modulando la voz como tú. Las que decías bien y las que decías mal (“Un zamacuco”, en lugar de jamacuco o “el Freyenoord”, en vez del Feyenoord). En el verano del 99 ya sabíamos que a la vuelta del verano, CANAL+ daría la Liga ACB. Yo dejaba de hacer fútbol para hacer sólo baloncesto. Decidí entonces irme a ver las Finales de la NBA en directo (Spurs-Knicks) y de paso hacer limpieza mental para afrontar con renovadas ilusiones la nueva etapa profesional. Volé de Madrid a Atlanta… ¡vía Múnich! En Atlanta alquilé un Chrysler Stratus para ir a… ¡San Antonio!: 1.400 kilómetros en línea recta, pero en mi curva línea de pensamiento me llevó primero a Athens, Georgia, para saber donde había nacido mi grupo favorito: R.E.M. (“¡Vaya crack estás hecho!”) Os recogí, a ti, a Daimiel y al productor en el aeropuerto de San Antonio (¡Es la hostia esta ciudad: desde el centro se ve la M-30!”) y nos fuimos a cenar al restaurante mexicano “Mi Tierra”. Era de madrugada y no había ni el tato (“Esto parece una película de Robert Rodríguez… ¡en cualquier momento entra un tío y nos pega cuatro tiros, Daimiel!”). Guardo aquella noche con especial cariño… Luego fuimos al outlet más grande del mundo por entonces, en San Marcos, a medio camino entre SA y Dallas. A la vuelta recuerdo una imagen como si fuera hoy: volcabas en la cama decenas de pares de zapatillas que habías comprado para tus hijos, Orson (por Wells) y Nelson (por Mandela) (“Hijo, ¿tú sabes que tu padre te quiere mucho?”). Así te despedías siempre de los dos, como si fueran adultos de toda la vida (“Cuando tienes hijos, te vuelves gilipolllas”). Aquel viaje acabó con el tiro de Avery Johnson desde la esquina, el primer título de los Spurs y para colmo en el Madison Square Garden, la cancha de (“Samurai”) Camby y de (“Clemenza”) Starks. La etapa de “Generación+” (Epi, ¡mójate!) fue un claroscuro. Andrés y yo empezamos a partir un piñón y acabamos bastante distanciados… Cerca y lejos, nuestro sino. Sin embargo, el respeto profesional, siempre intacto. Entretanto, una noche de primavera yo bailaba en una boda cuando me llamaste al móvil (“Tío, perdona que te llame a esta hora…”) para decirme que habías convencido a Carlos Martínez para que yo “hiciera” el plató de las Finales de la NBA. Te la jugaste por mí y nunca lo olvidaré. A finales de 2002 pedí la cuenta en el Plus y tú, de vez en cuando, te acordabas de mí en los partidos. Me lo decía la gente y me hacía ilusión, ¡qué coño!. En aquella época nos veíamos de pascuas a ramos. Tú eras así. Podías estar meses sin hablar con alguien pero guardabas intacto el afecto… Cerca y lejos… Nuestro reencuentro profesional fue en laSexta. A mí me habían “tocado” antes del Mundial de fútbol de 2006 (“Nanclares, todavía guardo tu sms cuando debute en Alemania, me hizo mucha ilusión…”), pero no fue hasta el Mundobasket de Japón cuando Willy, tú y yo quisimos cambiar el mundo. Me llamabas desde Japón para decirme que De la Cruz no cabía en la ducha del hotel; que Hugo Ricra era un fenómeno y sobre todo para insistirme en el cierre musical de cada partido (“¿Hoy acabamos con el “You get what you give” de New Radicals? Es la tercera canción del CD 10…). Me habías grabado una decena de compactos para que cada partido tuviera un cierre distinto… Un pequeño paréntesis nos separó de nuevo hasta noviembre que me incorporé a las transmisiones de fútbol. En laSexta ya eras un ogro por tus continuas quejas, razonadas todas, razonables casi todas (“Nanclares, faltan profesionales”). Poco a poco, con la ayuda de Willy (“¡Tú comes mucho pan!”), Rodri (“¿Qué haría yo sin Rodrigo González?”), Felipe (“Sonrisas y lágrimas, Melchor”), Zapatero (“Habláis de Zapatero y yo no sé quién es, joder”), Labrador (“Obrador”) y Rosendo (“Salinas, Capitán, ¿quién está detrás de todo esto?”), fuimos levantando un castillo de naipes cada sábado (“Se ha creado una atmósfera…”). Todo estaba cogido con alfileres pero durante dos años vendimos la burra. En invierno fútbol y en verano, baloncesto (“A mi me da igual, como si tengo que narrar una carrera de chapas…”). Los viajes eran una aventura de Indiana Jones. En avión siempre tarde (“Probablemente la peor compañía del mundo”); en AVE, a voces en el vagón de preferente (“¿Qué paso en el vagón 2, asiento 13B? Esa tía tiene algo… tiene clase… ¡Una bomba de relojería!”). Sólo las comidas merecen un tomo aparte (“Rodrigo, he visto en la Guía Gourmetour un restaurante de cojones”). Llamabas para reservar nada más aterrizar en la ciudad y sin haber comido siquiera, ya estabas insistiendo a Felipe para que reservara la cena en el hotel (“Felipe, pide más Coca-Colas Light, joder. 27 por los menos. Willy se toma 10; Nanclares, otras 5…”). También en eso eras un exagerado… Siempre acababas siendo el centro de atención. Ya podía estar sentado en la mesa Obama, que tu voz de cheli zumbón resaltaba en kilómetros a la redonda. Ni Valdano pudo callarte (“Pietro Menea, joder, no ha parado la furgoneta y el tío ya está en la habitación del hotel, joder”) y a Valdano le sacaste anécdotas que se pagarían a precio de oro en el papel cuché. La Guerra del Fútbol fue el principio del fin (“Hoy estoy aquí, pero mañana puedo estar trabajando en Sogecable…”). Ibas a tu bola, Andrew, y ¡ole tus huevos! Eras un periodista de la vieja escuela (“Yo vivo de la morcilla, de la sinhueso”); libre, independiente, alérgico a las líneas editoriales que a este paso aniquilan la esencia del periodismo. Sabías que te podía costar el puesto, pero seguías a tu bola, te podía ese idolatrado Dennis Rodman (“Cruela Devil“) que llevarás siempre contigo. El último viaje juntos los hicimos a Polonia. De principio hasta casi el fin… Tres días antes de volar a Varsovia supiste que no seguías en la tele. (“Yo fiché pensando que esto iba a ser "Médico de Familia" y ha acabado siendo "Pesadilla en Elm Street”). Un palo para todos. Para Itu, para Epi y sobre todo para mí. Los telespectadores no se dieron cuenta hasta el último suspiro gracias a tu profesionalidad. Yo hacía tiempo que rumiaba dejar laSexta. Y me di de margen 15 días, las dos semanas del Eurobasket. El torneo fue extraño. España, de menos a más y nosotros, de más a menos. Cada día que pasábamos juntos era un día menos que tu disfrute profesional y personal. ¡Aunque siguieras dando por saco como siempre! El hecho de que la Selección jugara días alternos y la melancólica ciudad de Varsovia, nos empujó a los cuatro a contarnos muchas cosas. Y siempre acabábamos en el mismo tema: tu marcha, tu estúpida marcha. La noche del oro de Polonia fue una mezcla absoluta de sensaciones: alegría por el triunfo y tristeza por tu adiós. (“El final de la escapada…“). Yo volví en el chárter del equipo y tú regresaste al día siguiente en vuelo regular. Recuerdo tu despedida, tu eterna despedida, invariable: “Bueno, tío, ya nos vemos… ya hablamos…”. Andrew, esa fue la última vez que te vi y como siempre te noté tan lejos, tan cerca… El martes pasado hablamos por teléfono (“el portátil”) y estabas expectante por tus negociaciones profesionales. No habías hablado de dinero y los que te conocemos sabemos que eso significa que no había nada decidido. Llevábamos semanas en el paro. El día que me fui de laSexta te dije una frase que ahora me acongoja, visto lo ocurrido. “Andrew, tío, me voy porque con tu marcha ha muerto un estilo”. Tú te quedaste acojonado y por primera vez en la vida te abriste de par en par conmigo: “César, tío, aquí tienes un amigo”. Gracias, crack ¡Siempre cerca! ¡Nunca lejos! Nanclares Press

me cai del mundo y no se por donde se entra

Me caí del mundo y no sé por dónde se entra.
(Para mayores de 30)
Eduardo Galeano, periodista y escritor Uruguayo
(Para mayores de 30)
Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.
No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.
Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.
¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.
¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.
¡Guardo los vasos desechables!
¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!
¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!
Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!
¡Es más!
¡Se compraban para la vida de los que venían después!
La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza.
Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres veces.
¡¡Nos están fastidiando!! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.
¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de los tenis Nike?
¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa?
¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?
¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?
Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura.
El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.
El que tenga menos de 30 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el que recogía la basura!!
¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!
Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)
No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan.
Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y bote que ya se viene el modelo nuevo'. Hay que cambiar el auto cada 3 años como máximo, porque si no, eres un arruinado. Así el coche que tenés esté en buen estado. Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo!!!! Pero por Dios.
Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.
Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.
Sí, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?
¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?
En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos.. . ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las tapas de los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!
Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.
Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para pone r en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!
Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4 de bastos'.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa.
Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!
Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.
Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.
Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo, pegatina en el cabello y glamour.
Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado.

Eduardo Galeano

domingo, 22 de noviembre de 2009

me gustan los catalanes


Artículo aparecido en " La Voz de Galicia"
Me gustan los catalanes porque a lo largo de su historia acogieron e integraron a íberos, fenicios, cartagineses, griegos, romanos, judíos, árabes y toda clase de charnegos y sudacas, sin conocer los problemas que afectan ahora a Francia; es un ejemplo. Me gustan los catalanes porque ya el 7 de abril de 1249 el rey Jaime I nombró a cuatro prohombres de Barcelona (los paers) para dirimir los conflictos de la ciudad sin violencias ni reyertas. Esos hombres sabios, que pasaron a cien en 1265 (el Consell de Cent), iniciaron el sistema del gobierno municipal de Barcelona. Gracias a ellos reinó allí la concordia, y antes de empuñar las armas refirieron siempre emplear la razón. Me gustan los catalanes porque en toda su historia no han ganado ni una sola guerra, y encima les da por conmemorar como fiesta nacional una de las batallas que perdieron en 1714 a manos de las tropas de Felipe V de Borbón. Cataluña había dejado de ser una nación soberana. Desde entonces, cada 11 de septiembre muchos catalanes y catalanas, como hay que decir ahora, se manifiestan para reclamar sus libertades. Me gustan las catalanas porque una de ellas, joven y bien plantada por cierto, no vaciló en pegarse a mi espalda durante cuatro días en el asiento trasero de una Vespa cuando recorrí la península en pos de Prisciliano. Me gustan los catalanes porque tienen de emblema un burro tenaz, trabajador y reflexivo, muy alejado del toro ibérico cuyas bravas y ciegas embestidas lo abocan a la muerte. Estos animales son de una raza registrada, protegida, y prolíferos sementales. Al igual que el cava, se exportan a numerosos países para mejorar la especie autóctona, como a Estados Unidos, donde crearon el Kentucky-catalan donkey. Y allí no piensan, ni mucho menos, en boicotearlos. Cierto es que en el carácter catalán confluyen las virtudes del asno. Pero los rasgos diferenciales no se limitan a los de este cuadrúpedo. La población catalana se define por una doble característica: el seny y la rauxa . El seny implica sabiduría, juicio mesurado y sentido común. Tenía seny aquel catalán que iba en un compartimiento de un tren al lado de la ventanilla. Tiritaban de frío y los otros pasajeros le pidieron que la subiera: «Es igual», contestó a varias solicitudes, hasta que un mesetero se levantó furioso y alzó la ventanilla.... ¡cuyo cristal estaba roto! «Es igual», volvió a repetir el buen hombre con toda su santa cachaza. Al seny le responde la rauxa, asimilable a la ocurrencia caprichosa, la boutade (frase ingeniosa y absurda). Cuando de joven el surrealista Dalí iba en el metro y veía a un cura con sotana, le decía: «Siéntese, señora». La alianza de estas dos facetas en un solo individuo forma el carácter catalán, que se comunica, se comparte y se aprecia. El otro día al regresar a París en avión desde Barcelona quise ayudarle a un pasajero, dada la exigüidad del espacio, a ponerse el abrigo: «No, por favor, no se moleste, que bastante trabajo me cuesta a mí sólo». Me gusta Cataluña porque allí, según Arcadi Espada, don Quijote recobró la razón, sin duda contagiado por el seny. Me hubiera dado mucha pena que el Ingenioso Caballero muriera loco. Me gusta Cataluña en fin y sobre todo porque uno de mis hijos eligió su capital para vivir en ella por ser una ciudad abierta, tolerante y discreta. *Firmado: *Ramón Chao, músico, escritor y periodista, Caballero de las Artes y las letras por el Gobierno Francés. Y padre del cantante Manu Chao

desde mi 7%


Asunto: Fwd: DESDE MI 7%

Para:
Escrito por Regina Brett, 90 años, de "The Plain Dealer", Cleveland, Ohio
Para celebrar la llegada a mi edad avanzada escribí unas lecciones que me ha enseñado la vida.* La vida no es justa, pero aún así es buena.* La vida es demasiada corta para perder el tiempo odiando a alguien.* Tu trabajo no te cuidará cuando estés enfermo. Tus amigos y familia sí. Mantente en contacto.* No tienes que ganar cada discusión. Debes estar de acuerdo en no estar de acuerdo.* Llora con alguien. Alivia más que llorar solo.* Cuando se trata de chocolate, la resistencia es inútil.* Haz las paces con tu pasado para que no arruine el presente.* No compares tu vida con la de otros. No tienes ni idea de cómo es su travesía.* Si una relación tiene que ser secreta, mejor no tenerla.* Respira profundamente. Eso calma la mente.* Elimina todo lo que no sea útil, hermoso o alegre.* Lo que no te mata, en realidad te hace más fuerte.* Nunca es demasiado tarde para tener una niñez feliz. Pero la segunda sólo depende de ti.* Cuando se trata de perseguir aquello que amas en la vida, no aceptes un "no" por respuesta.* Enciende las velas, utiliza las sábanas bonitas, ponte la lencería cara. No la guardes para una ocasiónespecial. Hoy es especial.* Sé excéntrico ahora. No esperes a ser viejo para serlo.* El órgano sexual más importante es el cerebro.* Nadie es renponsable de tu felicidad, sólo tú.* Enmarca todo supuesto "desastre" con estas palabras: "En cinco años, ¿esto importará?"* Perdónales todo a todos.* Lo que las otras personas piensen de ti, no te incumbe.* El tiempo sana casi todo. Dale tiempo al tiempo.* Por más buena o mala que sea una situación, algún día cambiará.* No te tomes tan en serio. Nadie más lo hace.* No cuestiones la vida. Sólo vívela y aprovéchala al máximo hoy.* Llegar a viejo es mejor que la alternativa.....morir joven.* Todo lo que verdaderamente importa al final es que hayas amado.* Sal todos los días. Los milagros están esperando en todas partes.* Si juntáramos nuestros problemas y viéramos los montones de los demás, querríamos los nuestros.* La envidia es una pérdida de tiempo. Tú ya tienes todo lo que necesitas.* Lo mejor está aún por llegar.* No importa cómo te sientas... arréglate y preséntate.* Cede.* La vida no está envuelta con un lazo pero sigue siendo un regalo.Se estima que el 93% de las personas no reenviarán estoSi eres uno de los 7% que lo hará, reenvíalo con el título 7%Yo estoy en el 7%Los Hermanos son la Familia que nosotros mismos escogemos

jueves, 13 de agosto de 2009

presentacion del libro de Mari Paz Legua


Mari Paz Legua presenta su libro ´Voy a contarte´
Es una obra de relatos cortos, de prosa poética y microrrelatos
La autora flanqueada por la alcaldesa de Maicas y el pianista.La autora flanqueada por la alcaldesa de Maicas y el pianista.
El libro "Voy a contarte" de Mª Paz Legua fue presentado el 1 de agosto en la Plaza del Ayuntamiento de Maicas por la alcaldesa de la localidad, Pilar Aguilar, y por la propia autora. Amenizó el acto Guillermo Legua, estudiante de piano, interpretando el Himno a la alegría de Bethowen y "Vivo por ella" de Andrea Bocelli y Marta Sánchez. Asistieron al acto cerca de un centenar de vecinos, que, al final, fueron obsequiados con un picoteo.
Mª Paz Legua, nacida en Maicas, ya había presentado en su pueblo otra obra suya con una docena de relatos en 2005, cuya edición fue un regalo del ayuntamiento, presidido por Josefa Guillén por el desinteresado trabajo de la propia Mª Paz en actividades cerámicas llevadas a cabo en el municipio de Maicas.
"Voy a contarte" es un libro, con diseño y maquetación exquisitos, de 21 unidades repartidas en relatos cortos, relatos de prosa poética y microrrelatos con una temática diversa. Mª Paz, que asiste a cursos de perfeccionamiento literario desde hace 15 años, explicaba que "he querido hacer la presentación aquí porque es mi pueblo y me encuentro en familia".